La arquitectura, para mí, es la materialización de sueños, una expresión artística que combina creatividad y funcionalidad. Cada vez que estoy a punto de iniciar una nueva obra, siento una montaña de emociones que no se pueden comparar con nada más. La emoción que me provoca empezar desde cero un nuevo proyecto arquitectónico, uno que he estudiado, trabajado y reflexionado en mi computadora, me produce una mezcla de alegría, nerviosismo y un toque de ansiedad. Son realmente los primeros pasos hacia la realización de un sueño.

Cada proyecto que diseño es una hoja en blanco en la que puedo plasmar ideas frescas y soluciones innovadoras. La emoción de lo desconocido, de enfrentar un lienzo vacío en el que dar vida a un concepto único, es inigualable. Comenzar la obra, realizar excavaciones, armar la estructura de hierro, algo que para mí es complejo y requiere mucho cuidado, pero me encanta porque sé que son los cimientos y la estructura de lo que será un gran espacio.

No puedo evitar sentir nervios y ansiedad cuando comienzo un nuevo proyecto. La responsabilidad de crear un espacio que cumpla con las necesidades de los futuros usuarios, que sea seguro y funcional, es una carga que pesa sobre mis hombros. La ansiedad es un recordatorio constante de que la arquitectura es una disciplina que influye en la vida de las personas, y cada decisión que tomo tiene un impacto real. Sin embargo, esta ansiedad es un motor que impulsa a hacerlo cada vez mejor, a investigar, aprender y esforzarse por alcanzar la excelencia en cada proyecto.

En definitiva, iniciar una nueva obra en arquitectura es una montaña rusa de emociones. Desde la anticipación de lo desconocido hasta la creatividad desbordante y la ansiedad por la responsabilidad que conlleva, cada proyecto es un viaje único. La arquitectura es un arte en constante evolución, y cada nueva obra es una oportunidad para dejar una huella en el mundo. A pesar de las emociones encontradas, no cambiaría esta profesión por nada. La posibilidad de convertir sueños en realidad y dejar un legado duradero es una fuente inagotable de emoción y gratificación.